16 de abril de 2010

Conclusiones sobre La Náusea

Acabo de terminar de leer La Náusea, de Jean Paul Sartre. Fue la última vez que lo terminé de leer por primera vez. Hubiera querido que fuese mejor, por ser la última vez. Pero no, fue un final leído a los apurones sobre un colectivo, con un envión de emoción que me arrojó al vacío que llena la parte de adentro de la contratapa. A pesar de eso, no voy a intentar leerlo de nuevo. Ya me ha pasado y ya lo he intentado, y es en vano. Los finales se leen una primera y última vez; las demás, son falsas reproducciones, vacías.
Por más inconveniente que pueda resultar terminar un libro a los apurones antes de que el colectivo sobre el que uno viaja llegue al destino en que uno pretende descender, resulta una experiencia especial. Siempre cierro el libro, en busca de algo más; su finitud es mortal, y me da a entender que no sólo Borges supo soñar con el libro de arena.

Vivo en el siglo XXI y aún soy algo adolescente. Pensé en seguida en expresar todo eso que sentí, o lo que más logre rescatar, a través de este fenómeno llamado Internet. Qué estúpido, qué coherente. Demasiado fiel a mi generación. Pero es que Sartre no sólo me ha dicho “ce que tu ressens, c'est l'existence, c’est la nausée”, no sólo rompió con mi ego como lo hizo con el suyo y con el de Antoine Roquentin, sino que, además, me genero una necesidad, una urgencia desesperante por querer que todo el mundo sienta la Náusea. Si todo el mundo la sintiera, si todo el mundo pudiera sentir la Náusea, éste sería otro mundo. Por eso quise llevar toda esa gran sensación que me generó Jean Paul con su libro a la red social donde circula la gran mayoría de los jóvenes de mi generación, en especial aquellos con quienes puedo compartir un evento personal e intelectual de este tipo.

Juro que me superan las ganas de subir el libro entero de a fragmentos. Sería una locura, pero es que siento que no es suficiente con recomendárselo a uno y cada uno. De todas formas, no sé cuántos podrían llegar a apreciarlo como yo lo hice. Estoy seguro de que yo mismo no he podido entenderlo por completo, pero supongo que no es fácil llegar a la concepción de la existencia que plantea Sartre, a vivir esa experiencia que él llama la Náusea. Nada se pierde intentando.

Finalmente, una de las conclusiones más fuertes que pude formular al finalizar la novela es que si Sartre esperaba, como M. Roquentin, perpetuar su existencia a través de un libro, lo logró. O por lo menos conmigo.

Jean Paul Sartre, yo pienso mucho en usted, aunque ya esté muerto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario