30 de julio de 2012

Mi vicio y mi abstinencia

Eso. Eso de la separatidad y… bueno. Estoy buscando. No sé, no hay momentos de fijeza. Se me va la razón y no entiendo. No me entiendo. Necesito y no necesito.

Si me quedo quieto y miro y lo siento, lo veo. Eso, eso de la separatidad. Eso de la soledad pero no tan simple como eso. Como eso de la soledad.

Es hundirme en brazos. Es arrojarme y sacarme del lomo todo eso que es la vida. Eso del día a día, de la falta de fijeza. La concentración. Pero la concentración relajada.

Ella me gusta. Sí, ella también, pero… ay. No es así. ¿Cómo es? Ya está. Será. Sigo. No hay fijeza, de nuevo. ¿Debería? Debería ser. Lo que se es y lo que se hace. Se es y se hace lo que debería. No hay sujeto. No soy yo, entonces. No debería. Soy y seré.

Qué tanto laberinto. Que si la angustia está y cuando no está, está la otra. La del no sé cómo. Y el debería. Pero, ay, la plenitud. Los ratos cortos y eternos. Y la piel, y el aliento.

Las palabras. Eso de las palabras. Las palabras como la música. La música como la esencia; y la piel, y el aliento, una envoltura.

Busco la música, pero no quiero golpear. No quiero sacudir el árbol hasta que caigan los pájaros. Quiero recostarme a la sombra a silbar. Cantar y esperar la armonía. O trepar, trepar y buscar la armonía. Y tomar vuelo.

Y la luz que me hace falta. Y el escalón que sigue. Las ideas gigantes como montañas interminables. Tan difícil dimensionar. La vanidad con las ideas, con palabras y la música, la piel y el aliento, el camino. El pájaro ornado. Lo intocable. Lo lejano.

El mundo de los escondites, donde todo lo que no se hace, se hará, no existe.

Y hasta los hermanos se desvanecen en el aire. Todo por eso de la separatidad.

Ese es mi vicio y mi abstinencia.