3 de junio de 2010

He visto sus ojos

Acusábanme de abusar de mi autoridad moral, de imponer un discurso de una manera aparentemente fascista, de elevar demasiado el nivel de trascendencia de los tópicos de conversación, con tonos casi agresivos, violentos, y hasta de desconocer y nunca considerar apropiadamente la situación intelectual de mis interlocutores...

Y ahora veo que todo ese fervor que yo no pude controlar al escuchar falacias e impunes discursos contra las minorías y los excluídos, es el mismo al que ellos dan rienda desde sus más íntimos pensamientos, desde sus más profundas convicciones y desde sus mismísmas entrañas, exponiendo el rojo color del fuego ardiente de su sangre concentrándose en las cumbres de sus rostros, de la frente hasta el cuello (y más allá, quizás), elevando la voz de manera casi intimidante, pero con el escalofriante objetivo de demostrar a toda costa el ODIO hacia la sociedad de la que forman parte pero a la que no parecen (querer) reconocer su propia pertenencia, a la que saben observar despectivamente desde un trono en lo alto del Monte Olimpo, desde donde descargan sus vómitos, inundando así este valle de ignorancia, locura, incompetencia y egoísmo, ahogando a los culpables de su injustísimo pesar, condenándolos a la muerte y al eterno suplicio infernal.

Yo lo he visto.

He visto sus ojos.