28 de septiembre de 2015

Eclipse

Ernesto salió del ascensor y pudo ver que ya había algunos vecinos reunidos en la calle. Esa noche la luna se teñía de rojo por unos minutos. En cuanto abrió la puerta todos ellos se voltearon para ver qué otro vecino estaba lo suficientemente al pedo como para salir a ver la luna. Ernesto, fiel a su personalidad, evitó el contacto visual y se ahorró cualquier gesto de saludo o comentario sobre el evento astronómico. Pisó la calle, se cruzó de brazos y miró al cielo achinando los ojos en un gesto sobreactuado de indiferencia a su entorno. En cuanto sintió que ya nadie lo observaba y que todo el mundo había vuelto a la hipnosis lunar, aprovechó para observar a sus vecinos y deducir de qué piso y departamento eran. Deducía porque en tres años de inquilinato nunca había puesto la voluntad suficiente como para identificarlos y mucho menos entablar relación alguna con ellos.
Además de una anciana y una niña que bailaba hablándole a la luna, Ernesto vio que el presunto padre de la niña tenía un cigarrillo sin encender entre los dedos y que la que parecía la madre tenía el mismo corte de pelo de la mujer que salía a fumar al balcón justo debajo del suyo. Mierda. Eran los del departamento de abajo. Ernesto volvió a exagerar su interés por el eclipse.

Más allá de la conversación entre la niña y la luna, reinaba cierto silencio incómodo.
- ¿Vos sos el del 4to A, no? -, escuchó Ernesto de repente, justo antes de que terminara de decidirse por volver a su casa y evitar lo que ya estaba sucediendo.
Con un pobre intento de simular cierta distracción, Ernesto bajó la mirada tranquilo y se tomó unos segundos para mirar a su vecino a los ojos, como si realmente no reconociera al sujeto que lo interpelaba.
- Sí… ¿por?
- Yo soy del 3ro A.
- Ah… ¿cómo estás?
- Bien che.
- Me alegro -, balbuceó Ernesto mientras volvía la mirada al eclipse, tratando de improvisar un interés por el fenómeno que ni la luna misma se lo creía. En su cabeza maldecía el momento en que había decidido bajar en vez de mirarlo por la tele, que por cierto tenía mucha mejor definición.
- Che, ¿te puedo pedir un favor?
- Sí decime -, contestó nervioso Ernesto sin quitar la mirada del cielo.
- ¿Podrías escuchar la música un poco más bajo?
Ernesto quedó helado. No podía creer que realmente estaba sucediendo lo que más temía. No tuvo mejor idea que mantener su mirada en la luna.
- ¡Che! -, exclamó el vecino haciendo que la anciana se sobresaltara.
- ¿Qué pasa? -, le contestó Ernesto, bajando la mirada y pasando repentinamente de la indiferencia pasiva a un fastidio casi infantil.
- ¿Me escuchás lo que te digo? Te estoy pidiendo por favor que cuando escuchás música la pongas un poco más bajo porque me retumba todo el departamento. No sé si es tu equipo de música o qué pero hay días que no puedo ni escuchar a mi mujer.
- Bueno, bueno – murmuró Ernesto tratando de terminar la conversación a toda costa y recordar qué carajos estaba haciendo ahí mirando para arriba.
- ¿Pero me entendés lo que te digo?
- ¡Sí, hombre! - explotó de repente Ernesto – ¡Ya entendí! ¿No ves que estoy mirando la luna roja? ¿Te parece momento para hablar de esto? No me dejás ni disfrutar de un fenómeno climato... astrológico, astronómico-lógico.
- Tres veces te fui a golpear la puerta y no me atendiste.
- Bueno, debía estar escuchando música. Tocá más fuerte la próxima.
- Ah, me estás boludeando.
- No, vos me estás rompiendo las bolas. Mirá, ¿sabés qué? Me voy a verlo por la tele. Me cansaste.

Ernesto entró violentamente al edificio mientras se quejaba del país, de la luna y de la puta madre que los parió a todos.