7 de agosto de 2011

Franja blanca, franja negra

Todas ellas lucían un solero a rayas horizontales blancas y negras. Todas. Incluso una de ellas, la que mejor recuerdo, se recostó a mi lado y pude ver que no sólo su vestido era blanco y negro. Ella misma era un dibujo que nunca había sido coloreado. Su cabello era lacio y negro como la tinta china, y un flequillo muy prolijo le enmarcaba el rostro, pálido como el papel, donde se dibujaban en un par de pinceladas muy delicadas dos ojos redondos y oscuros, dos orificios nasales bastante simétricos, y la boca, sutil pero con el protagonismo de las palabras que dejaba escapar.
“Te quiero”, dijo, como si oyera los garabatos de mi conciencia. La hice hablar como al espejo.
“Yo también”, le contesté, fiel a un guión universal. Posé mi mano sobre sus caderas y ella la tomó suavemente, guiándola cuesta abajo sobre sus muslos, fríos y suaves. La conocía de toda mi vida y no tenía idea de quién era. Realmente la quería sin siquiera saber su nombre.
No era Martina, pero era Martina, detrás de los bastidores, corriendo de aquí para allá, salpicando mi conciencia con su tinta filosa, escapando a mis brazos una y otra vez. ¿Cómo empujarla con los mismos brazos que la estrecharon? Sus muñecas, sus monigotes, sus títeres de papel, vestidos todos con su propio atuendo a rayas blancas y negras, como si no me diera cuenta.
¿Por qué no te vas si quisiste irte? No quiero tus hermosas muñecas. Te quiero a vos y quiero que te vayas. Tus rayas blancas y negras. Caigo a través de tu vestido y no llego nunca al suelo.
Franja blanca. Te extraño, te necesito, te quiero. Puedo darte todo, sos todo lo que quiero, podemos entendernos, sé que podemos estar juntos.
Franja negra. Ya basta. Ya nada es lo mismo. Abriste una herida que no cierra si no te vas. Quizás nunca fuiste lo que pensé, lo que pienso.
Franja blanca, otra vez. ¿Cuándo termina este maldito vestido? ¿Cuándo llego a tus piernas y las dejo atrás para estrellar mi cabeza contra el suelo? Quiero manchar tu otra zapatilla.
Desearía haberte visto con un vestido completamente negro. Todo sería más fácil.

Cuando desperté sabía todo esto. Sabía que eras vos, otra vez.
Cuántas cosas puedo llegar a ignorar por vos. Incluso la persona que me mostraste antes de que dejara tu departamento por última vez. Esa persona que tiene la vida completa. Una vida en la que no entra alguien como yo, con tantas exigencias, tantas complicaciones, tanto para trabajar. Esa persona que no se permite necesitar a nadie. Esa mujer tan humana, tan miedosa, tan egoísta y ciega. Esa bailarina de los cuchillos, con tanto control sobre sus navajas como miopes son sus enormes ojos. Nunca quisiste recuperar tus anteojos. Nunca pudiste verme a través de tus lentes correctivos.

Vamos. Que cuando desperté también sabía que ya no sos la misma. No sos, o nunca fuiste, la Martina de la que me enamoré. Sé que está ahí, pero hay mucho más dentro tuyo que ya rompió la ilusión. Y ese es el dolor más agudo. El de la ilusión rota y todas las astillas atravesándome en el alma.

Y aun así, necesito que me abraces.